jueves, 27 de marzo de 2014

El libro conserva

El no va más era el profeta Ezequiel sobre una colina y debajo de él, en la perspectiva del lector, miles de esqueletos levantándose, o la cabeza cortada de San Pablo en un primer plano, con los ojos a medio cerrar y la boca entreabierta. Quizá simplemente pretendían llamar la atención para que el texto se te quedase más en la cabeza, o quizá simplemente sus autores e ilustradores tenían un sentido de la cultura cristiana muy clásico: violencia y terror; nada de sexo, claro, y mucho marketing de sangre para impresionar al público y aumentar audiencia. El libro conserva la etiqueta original de la librería, que también estaba especializada en material religioso.

Ahora ya ha cerrado. Cuando las tres personas que la regentaban se jubilaron casi a la par, vendieron el local, y hoy han instalado una cafetería estupenda, situada en un rincón especial de la zona antigua de Santiago, junto a la Plaza de Cervantes. No hay nada dentro que me recuerde que allí empecé también a comprar libros como Los Cinco, -el primer título que tuve fue Los Cinco en el páramo misterioso- o una mañana empezando las vacaciones de sexto de EGB, mi primer Quijote en aquella inmanejable edición de Austral. Puedo recordar los primeros libros casi uno por uno, pero en cambio, no consigo hacer memoria de los últimos que me vendieron antes de que echasen el cierre.

A veces voy a tomarme un cáfé por allí, miro su nombre, "Agarimo", "encanto", y pienso que la opción de que ahora exista una cafetería en su lugar tampoco está nada mal. Pero cualquier día de estos voy a acercarme allí con un libro bajo el brazo, pediré un café, y me pondré a leer, por ejemplo, El bosque de la noche con toda la calma, para luego seguir en las escaleras de la Praza de A Quintana, con un capuccino, absorto en el libro. O mejor, después de un paseo, A. y yo, brindando por los malos cuadros de la Biblia Ilustrada. Y por todos los buenos libros.